Eras tú. Nunca te había recordado tan clara e intensamente.
Tenías un vestido puesto y unos zapatitos negros. Jugabas y reías...
Entonces ví tu brazo, el vello sobresalía bajo el brillo del sol.
Igual al mío ahora a los 32 años. Cuando lo ví, no pude evitar
reconocerte de nuevo.
Estabas con Ana, fastidiándola como lo hacías con frecuencia a esa
edad. Ella, como siempre, parecía haberse mudado momentáneamente a
aquel mundo abstracto e inextricable, al cual nosotros - el resto de
su familia - no estábamos invitados. Ana parecía mayor de su edad
real. Tenía esa envidiable cualidad (y todavía la conserva): a veces
se comporta más sabia para su edad, y a veces mucho más joven e
ingenua. Pero de niñas, creo que siempre la admire porque me moría por
penetrar y conocer ese mundo al cual viajaba.
Vivíamos en una casa grande y bonita, blanca con celeste. En Wow
Street, de acuerdo al sueño. Tu entrabas y salías de la casa.
Mientras, Ana fijaba su mirada en un punto invisible, perdida en el
aire. Y tu querías saber - con extrema curiosidad - ¿qué era lo que la
intrigaba tanto?
Te saludé, y me dijiste "Hola". Noté que tu zapato izquierdo estaba
roto. Pero tenías esa pícara mirada de indiferencia y desdén total
hacia ese pequeño detalle, como son los niños. Aún así, sentí
conocerte. ¡Claro, si me estaba hablando a mí misma! Y me dio una
emoción enorme darme cuenta que eras una niña feliz de 7 años,
simplemente jugando con su hermana mayor.
Escrito por Marcela E. Garcia (mi hna) , de un sueño que tuvo, al verse ella y mi hermana mayor, Ana.
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